Imala. Capítulo 1
Imala. Capítulo 1Imala. Capítulo 2Imala. Capítulo 3Imala. Capítulo 4La primera vez fue algo tan sutil que me pasó desapercibido, pero echando la vista atrás me doy cuenta de que esa tuvo que ser la primera vez que usé mis poderes sin querer. Debía de tener unos siete años y mi tío abuelo me estaba riñiendo porque no quería comerme la sopa que había preparado para comer. Mi tío abuelo Nidawi era un pésimo cocinero de cualquier cosa, pero lo que se le daba peor era hacer sopa. Por muy buenas intenciones que tuviera en pretender que yo comiera bien, con cada movimiento de ese dedo índice casi esquelético suyo con que acompañaba su sermón sobre cómo debía comer más para poder crecer y ser algo algún día solo conseguía enfadarme más. Que yo me enfadara cuando tenía hambre no era algo inusual, pero por alguna razón ese día la regañina de mi tío abuelo cruzó algún cable en mí y, de repente, la olla que estaba aún en el fuego empezó a hervir violentamente y el pobre anciano tuvo que apresurarse a apagar el fuego para que la sopa dejara de rebosar y ensuciarlo todo.
Mientras él seguía limpiando y lamentándose de espaldas a la mesa donde yo estaba sentada y se preguntaba cómo podía ser, si él había apagado ya el fuego, seguro, yo me levanté con cuidado y salí por la puerta trasera al patio en busca de distracciones y de Umi, que vivía al lado. Pero no había ni rastro de él. Quizás estaba comiendo o había ido con su padre al campo.
Crucé la verja y eché a correr antes de que mi tío abuelo se diera cuenta de que me había ido y me cogiera por la oreja para sentarme de nuevo a la mesa. Hacía bueno, aunque, para aquellos que sabían más de la vida que una niña como yo, una ligera brisa presagiaba la llegada de un chubasco esa tarde de primavera.
Ya casi a las afueras, oí que alguien me llamaba desde un balcón y al girarme vi que era Ayana. La saludé con la mano y enseguida bajó a la calle conmigo.
—¿No tienes que ir con tu hermana?, le pregunté.
—Hoy no. ¿Sabes? Dicen que Moncho se va a ir.
—¡Sí, hombre! ¿Quién lo dice?
—Pues yo se lo oí a mi madre ayer por la noche. Hablaba con mi hermano y él dijo que también lo había oído por ahí.
—Vamos a preguntarle.
—No, no podemos. Esta mañana su padre le ha hecho subir al coche y se lo ha llevado. Aún no han vuelto.
—Pues vamos a preguntar a Tayen y los otros.
Tayen y los otros eran unos hermanos que vivían en las chabolas de debajo del puente por el que pasaba el tren cada hora. Eran aún más pobres que nosotros, pero eso solo les importaba a los adultos. Algunos ni siquiera les saludaban al pasar. Tayen era la menor de los hermanos y nos llevaba un par de años a Ayana y a mí. Nos dijo que no sabía nada de Moncho desde que había pasado lo de Panoja.
Panoja era la rana que Moncho había encontrado a principios de verano y que desde entonces llevaba consigo a todas partes. Lo de Panoja era que, unos días antes, uno de los hermanos de Tayen había querido ver a Panoja cuando Moncho dejó el tarro donde la llevaba en el suelo para jugar a rayuela con nosotras y Panoja se escapó. En vez de venir a buscarnos para que le ayudáramos a buscarla, el hermano de Tayen volvió a cerrar el tarro y se fue sin decir nada a nadie.
—¿Qué vamos a hacer si Moncho se va?, pregunté.
—No lo sé, pero ¿cómo sabemos que no se ha ido ya?, dijo Tayen.
—¡Qué mal!, se lamentó Ayana.
Habíamos ido paseando de nuevo hacia nuestro lado del barrio y para entonces ya estábamos sentadas al borde de un murete que rodeaba el patio de una de las casas. Me sentía muy triste pensando en el pobre Moncho, que igual ya se había ido a vete a saber dónde, sin amigos y sin Panoja.
—¡Hala, mirad!, gritó Ayana de repente.
En ese momento no hacía nada de viento y aun así unas cuantas piedras se arremolinaban en el suelo delante de nuestras narices, en una especie de bailoteo saltarín. Pero cuando las vi, sorprendida, pararon en seco y cayeron inertes. Me invadió un sentimiento raro y una certeza casi subconsciente de que había sido yo, pero no dije nada porque me daba muchísima vergüenza.
—Tengo que volver ya, dije al levantarme. Y salí corriendo hacia casa de mi tío abuelo Nidawi.
Capítulo 2